Me hierve la sangre.
Verdosa se vuelve, más densa que cualquier otro cuerpo, espesa y repugnante.
Es lo que fluye por las rutas violáceas, llegas tú y transportas los desechos bombeados a mi cuerpo entero y desvalido.
Tus ojos, brillantes y redondos suelen practicar mi agonía. Me tuercen los brazos prolongando mis aullidos.
Aquí no puede haber victoria.
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