Al final, me quedan y siento las cenizas de aquí dentro, un polvillo fino que jamás se ha ido realmente de mi piel, de las pestañas, de la nariz.
Me queda grande este traje, me queda chico el espacio, y las canciones no son nuevas. De la misma soledad y aislamiento en el frío de todas las madrugadas llenando el mismo vacío hueco.
Intento explicar lo vital que es para mí compartir cuando algo cala profundo y es de índole visceral en el cuando y el cómo. Compartir. Y en el ambiente tan secundario que se vuelve, porque al compartir sólo hay la voz del otro, los movimientos, la respiración, el brillo de los ojos. Después tomar el silencio y tornarlo en algo físico. Un arrullo, un abrazo, un roce, un beso, una caricia, como para recodar que no sólo estamos hechos de dolor, fracasos, momentos tristes y sufrimiento, sino que podemos provocar una vibración real y concreta que es válida y cálida, lo que nos permitió sobrevivir desde que descansamos en el pecho de nuestras madres. Recordar que también somos indefensos ante la complejidad de la abstracción del pensamiento y volvernos pura naturaleza, junto al otro, pura intimidad. Mezclar nuestras historias, y por fin dejar de sentirnos solos y únicos, ver el reflejo de un vaivén de emociones frente a nosotros, como para quitarnos las espinas de la garganta y conocerlo, verlo ahí, enfrentarlo.
Pero pareciera que los más importantes no lo comprenden.
Cada vez es más difícil hallar estos momentos, es decir, cada vez me vuelvo más indiferente, más retraída, más resignada a la tristeza y la vejez, la inactividad y la agresión. Mientras más voy sintiendo, menos puedo comunicarlo, menos me comprenderán.Cada vez es más difícil ser feliz.
Ahora, como la tormenta ya pasó (diciéndolo en tono de "ojalá!!") el cielo no descubre al sol tan aprisa como quisiera. Estas nubes que bien las sé, incluso más que a mi propio ser, no se irán de mi pecho hasta que... Hasta que... No lo sé.
Ahora
Cuando cierro los ojos
Ya no oigo al agua correr.
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