domingo, 30 de junio de 2013

Las pequeñas criaturas son creadas para recibir todas las cantidades posibles de afecto, atención, energía y amor. Cuando te miran con esos ojitos nuevos y escudriñadores, ávidos de palabras sabias y uno que otro gesto divertido, uno no puede hacer más que darles en el gusto y con gusto. Qué agradable pudo haber sido abrazarte, calmarte, acariciarte, darte de comer, jugar contigo, y tantas cosas. Qué bello pudo haber sido sentir al fin que mi cariño es retribuido en forma permanente, además por quien ha de sentir esa misma dicha cuando estoy presente y por quien comparte mis entrañas.
Cuando supe que había ya comenzado a esperar tu llegada me encontraba desbordando felicidad y me sentí completa, expresando todo lo manifestable al lado de la mujer que me dio la vida, pues sólo ella ha demostrado entender la complejidad de mis sentimientos, y que me habla y consuela en función de ellos.
No lo vi venir. El dolor era insoportable. Más que entrar en detalles, sólo vale la pena destacar el miedo abrasador que sentí al verme empapada de mi sangre y la tuya, y el entendimiento súbito de aquella situación. En el baño, supe que entre todo el charco carmesí estabas tú.
Lloré hasta que se me secó el cuerpo. Mi madre sólo me miraba atónita. Yo hubiera cambiado mi vida por la tuya.

He perdido algo importante. He perdido la oportunidad de expresar el amor que se me ha desairado tantas veces. Me ha derrotado el silencio, la frialdad, la omisión. Perdí aquella capacidad espontánea de manifestar cualquier sentimiento de afecto y gané aquel miedo de no recibir respuesta, el miedo a sangrar. Después de tantas heridas de quien uno ama, es difícil volver a confiar.

1 comentario:

Leito dijo...

Hoy me acordé de ti, mona! Te acuerdas de mi?